miércoles, 30 de octubre de 2013


Pedro Puig Adam: ¿Un revolucionario?

“Tended a ser un poco aprendices de todo, para vuestro bien,
y al menos maestros en algo, para bien de los demás”
El pasado 12 de enero se cumplieron cincuenta años del fallecimiento del matemático e ingeniero Pedro Puig Adam, considerado por muchos uno de los científicos más importantes de siglo XX de nuestro país. Sus aportaciones e investigaciones en el campo de las matemáticas tuvieron relevancia internacional aunque nunca convirtió en profesión su tarea de investigación y creación matemática. Pero, sin duda, cualquier semblanza que se realice sobre este insigne matemático debe reflejar la importancia de su obra en el campo de la enseñanza-aprendizaje de las matemáticas.
Los últimos resultados obtenidos por nuestro país en los informes PISA (Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes) muestran deficiencias preocupantes en nuestro sistema educativo hasta el punto de conseguir que nuestros políticos se pongan a la tarea de buscar un pacto de Estado que, al menos, permita alejar la lucha política de nuestras aulas y corrija, entre otras, las elevadas cifras de abandono escolar.
Desgraciadamente, las propuestas que se están conociendo no nos hacen ser demasiado optimistas. Quizás en la lectura y reflexión de las ideas y enseñanzas que nos trasmitió Pedro Puig Adam podamos todos encontrar el camino para solucionar gran parte de los problemas de nuestra educación.
Nació Puig Adam en Barcelona, el 12 de mayo de 1900. Debió de ser, según relata Joaquín Hernández en su biografía, un niño seriecito y obediente, educado en el rigor de la época, que siempre habló de usted a su padre y de tú a su madre. Hizo bachillerato en el único instituto que había entonces en Barcelona, acabándolo con premio extraordinario. Ingresó en la Escuela de Ingenieros Industriales de Barcelona simultaneando los dos primeros cursos de ingeniería con los tres primeros años en la Facultad de Matemáticas. Termina la Licenciatura, también con premio extraordinario y pasa a cursar el doctorado en Madrid, donde conoce a Rey Pastor, de quien fue primero discípulo y luego amigo y colaborador.
Continúa los estudios de ingeniería, que había interrumpido, pero por breve tiempo, pues a los veinticinco años, atraído por la docencia, obtiene la cátedra de Matemáticas en el instituto de San Isidro de Madrid. Entonces, Rey Pastor le propone colaborar con él en la redacción de libros de Matemáticas para el bachillerato, que constituyeron durante muchos años la base de las enseñanzas en este nivel educativo. Siendo ya catedrático del San Isidro termina en Madrid sus estudios de ingeniería industrial en 1931.
Instituto San Isidro de Madrid
Era admirador de la obra del Institut–Escola, institución de la Generalitat, fundada en la Barcelona republicana por el doctor Estalella, con quien había tenido su primer contacto por una carta entusiasta que este le escribió con motivo de la publicación, con Rey Pastor, del primer libro que sobre matemática elemental escribieron ambos. La máxima de esta institución, ”Formar hombres buenos, y a poder ser … sabios”, entraría a formar parte esencial del devenir didáctico de Puig Adam.
Durante la guerra civil marchó a Barcelona, quedándose allí tras acabar la guerra para salvar en lo posible la obra pedagógica del doctor Estalella y de su Institut-Escola. Posteriormente, regresa a Madrid, a sus clases en el instituto San Isidro y en la Escuela de Ingenieros Industriales en la que, finalmente, en 1946 obtiene la cátedra de Cálculo.
La estimación y el respeto a que se va haciendo acreedor Puig Adam a través de estos años le llevan a ocupar un sillón en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, sustituyendo a su maestro y amigo Esteban Terradas.
Escuela de Ingenieros
Como matemático aplicado, se podrían citar numerosos estudios y artículos en los que se refleja su visión de las matemáticas “que aun siendo de naturaleza abstracta, no deben desligarse nunca del juego de abstracciones y concreciones que, por una parte las originan y, por otra, les dan aplicación so pena de perder lo más importante de su valor educativo e incluso de hacerse estériles para su evolución posterior”.
Pero como nos recuerda Julio Fernández Bierge, discípulo y colaborador de Puig Adam, el constante contacto con alumnos de todas las edades le llevó a preocuparse profundamente por la enseñanza de las matemáticas, al observar que la mayor parte de esos alumnos parecían padecerla más que disfrutar con sus beneficios.
Esta reflexión le hizo centrar cada vez más sus actividades en torno a la Didáctica Matemática con el fin de mejorar la enseñanza de la aritmética, del álgebra, de la geometría y del cálculo en todos los niveles, que en aquella época necesitaban una profunda revisión.
En 1948, Rey Pastor y Puig Adam concluyen que las tres enseñanzas de que consta el sistema educativo - primaria, secundaria y superior- deberán tener, respectivamente, un carácter instrumental, educativo y profesional.
“ …Mientras un maestro de escuela debe considerarse completamente fracasado si sus alumnos salen a la vida sin los pertrechos indispensables, lo que significa saber leer, escribir y calcular correctamente, en cambio, un bachillerato que no haya dejado en la memoria de los alumnos indeleblemente grabada para siempre ninguna declinación latina, ninguna fórmula trigonométrica, ninguna especie botánica, podrá ser, sin embargo, un bachillerato eficaz si ha logrado despertar en el alumno la afición por la lectura de obras literarias, el hábito de razonamiento cuidadoso, el amor a la naturaleza y el sentido de observación, porque, en fin de cuentas, ese imponderable que se Ilama cultura general no es sino aquello que queda en e1 espíritu después de haber olvidado todo lo aprendido en el período escolar".
En 1951, en un artículo en “Atenas. Revista de información y orientación pedagógica” escribía:
“…Tengamos también siempre presente que el niño no es un saco vacío que hay que llenar de ciencia, sino un potencial deseoso de convertirse en acción. Hagamos que sienta la alegría de descubrir, de crear, de inventar; que una verdad hallada por su propio esfuerzo tendrá más valor para su cultura y para su moral que cien verdades recopiladas”
En estos momentos en los que se intenta impulsar o potenciar la autoridad del profesorado con medidas tan “innovadoras” como la colocación de tarimas en las aulas o la obligación de ponerse en pie cuando un profesor entre en clase, quizás debería hacernos reflexionar lo que ya, en 1953, reclamaba Puig Adam:
“… La formación del profesorado de Enseñanza Media había fomentado inconscientemente la falsa idea de que el instituto era una Universidad en pequeño (…) ¡Cuánto camino había que recorrer (y falta por recorrer todavía en muchos centros) hasta llegar a la clase taller, a la cátedra sin estrado, a la cátedra sin cátedra, en la que el profesor, sin lugar especial para sí, está sin embargo en todas partes!”
En 1955 redactó el Decálogo del Profesor de Matemáticas en el que recogía sus opiniones sobre la enseñanza de las matemáticas en los Institutos de Bachillerato. El Decálogo, con pleno vigor actual, nos muestra cómo los actuales pontífices didácticos no nos descubren nada nuevo.
1.     No adoptar una didáctica rígida, sino amoldarla en clase en cada caso al alumno, observándole constantemente.
2.     No olvidar el origen concreto de la Matemática, ni los procesos históricos de su evolución.
  1.  Presentar la Matemática como una unidad en relación con la vida natural y social.
4.     Graduar cuidadosamente los planos de abstracción.
5.     Enseñar guiando la actividad creadora y descubridora del alumno.
6.     Estimular la actividad creadora, despertando el interés directo y funcional hacia el objetivo del conocimiento.
7.     Promover en todo lo posible la autocorrección.
8.     Conseguir cierta maestría en las soluciones antes de automatizarlas.
9.     Cuidar de que la expresión del alumno sea traducción fiel de su pensamiento.
10.   Procurar que todo alumno tenga éxitos que eviten su desaliento.
Cuando asistimos a la paulatina desaparición de la tiza por la irrupción en nuestras aulas de las Pizarras Digitales Interactivas como un nuevo motor para la renovación pedagógica de los profesores, conviene recordar lo que, en 1957, Puig Adam nos recuerda a propósito de la función del profesor:
“… Se ha tardado no poco en tener conciencia clara de que el acto de aprender es mucho más complicado que lo que supone la recepción pasiva de conocimientos transmitidos; que no hay aprendizaje donde no hay acción, y que, en definitiva, enseñar bien ya no es transmitir bien, sino saber guiar al alumno en su acción de aprendizaje. Esta acción del alumno ha terminado, así, primando sobre la acción del maestro, condicionándole totalmente y subvirtiendo así la primacía inicial de sus papeles. El centro de atención de la enseñanza ya no es hoy el maestro, sino el alumno. Rotunda verdad, que, de puro sencilla, muchos profesores no han asimilado todavía…”.
Probablemente, Puig Adam hoy se sentiría muy decepcionado al observar los problemas que tenemos en nuestras aulas pero, sin duda, sorprendido de que cincuenta años después de su muerte algunos, todavía, lo consideremos un revolucionario.  Gracias por seguir marcándonos el camino, este camino…

“…Aprendan ante todo los profesores a observar atentamente a sus alumnos, a captar sus intereses y sus reacciones, y cuando sepan leer bien en ellos, comprobarán que en ningún libro ni tratado existe tanta sustancia pedagógica como en un libro abierto de una clase, libro eternamente nuevo y sorprendente”.

Bernardino Mori Canzobre
Departamento de Matemáticas




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